En un mundo en el que el ajetreo se confunde a menudo con el éxito, el arte de no hacer nada se está convirtiendo en una práctica perdida. Pero, ¿y si bajar el ritmo nos hiciera sentir más conectados, más presentes y más realizados?
En un mundo en el que el ajetreo se confunde a menudo con el éxito, el arte de no hacer nada se está convirtiendo en una práctica perdida. Pero, ¿y si bajar el ritmo nos hiciera sentir más conectados, más presentes y más realizados?
El mundo moderno nos dice constantemente que estemos ocupados: desde listas interminables de tareas hasta notificaciones constantes. Estudios de la Universidad de Harvard sugieren que a la gente le cuesta quedarse quieta sin hacer nada, sintiéndose inquieta o improductiva. Sin embargo, las investigaciones demuestran que aprovechar el tiempo de inactividad puede reducir significativamente el estrés y mejorar la claridad mental.
En una cultura que glorifica la productividad, no hacer nada es un acto radical de autocuidado. Es un recordatorio de que la vida no consiste sólo en hacer, sino en ser. Y a veces, los mejores momentos son aquellos en los que no pasa nada.